La formación debe durar toda la vida, puesto que siempre nuestra actitud a de ser de respuesta a la constante llamada del Señor. Esta formación permanente debe acrecentar en cada Hermana la vivencia de la consagración total y radical a Dios, y el servicio a la Iglesia y a todos los hombres.
Cada Hermana cooperará activamente en el proceso de la propia e integral formación, empleando responsablemente los medios de renovación espiritual y profesional que le ofrece la Congregación. La Comunidad local deberá ayudar dinámicamente estimulando y acompañando a las Hermanas en este proceso de formación. La Superiora General y las Superioras locales, cuidarán de que todas las Hermanas tengan la formación adecuada para la misión que se les confía, proporcionándoles los medios y las ocasiones oportunas para este fin.