SALMO 63.1-11
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EL AMOR DE DAVID POR EL SEÑOR NOS INSPIRA a desear esa misma clase de relación. Pero ¿de dónde viene esa pasión por Dios? No se fabrica ni se crea mediante el esfuerzo o la fuerza de voluntad, ni podemos esforzarnos por alcanzar un estado emocional genuino de anhelo. El amor a Dios viene solo de Él, como un regalo para quienes pertenecen a Cristo (1 Jn 4.19). Esto significa que los únicos que en verdad pueden tener hambre y sed de Dios son los creyentes. El resto de la gente anhela riqueza, seguridad, control o prominencia —cosas que creen erróneamente que les dará lo que su alma necesita. Muchos van por la vida tratando de establecer todo tipo de conexiones interpersonales, con la esperanza de satisfacer deseos que ni siquiera entienden. Con mucha frecuencia, el resultado son relaciones vacías, trabajo excesivo y conducta inmoral. David sabía que Dios era la única solución al anhelo constante de su corazón. Como dijo Agustín de Hipona: “Nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en [Él]”. ¿Se siente vacío por tratar de satisfacer su alma con algo que no sea el Señor? Venga a Él con todo su corazón, y descubra la llenura que Dios ofrece.
Al Relacionarnos con Dios
ES MUY FÁCIL MANTENERSE OCUPADO SIRVIENDO A DIOS: cantar, enseñar, predicar y evangelizar. Nada de eso es malo; de hecho, todo es bueno. Pero a menudo puede ser un intento fallido de relacionarnos con el Padre celestial. ¿Por qué podemos llegar a elegir tener una cercanía artificial con el Señor cuando todo lo que quiere darnos es auténtico? Una de las razones es que ser conocido por Dios y recibir su gracia requiere de nuestra vulnerabilidad y humildad. Después de todo, no hay nada que podamos hacer para expiar nuestros pecados. Otra razón es que todas las relaciones exitosas, incluyendo la que tenemos con Dios, requieren esfuerzo. En algún momento, tenemos que dejar de hacer cosas para el Señor, y entonces comenzar a disfrutar estar con Él. Ahí es donde comienza nuestra relación personal con Dios. Cuando leemos la Biblia y llenamos nuestra mente con su verdad, podemos conocer y obedecer los principios de nuestro Padre celestial. Una vida de oración vibrante también es esencial para relacionarnos con Dios. Pero nada de eso sucede, así como así, se requiere esfuerzo e intencionalidad. Cuando vivimos en íntima comunión con Dios, el deseo de esforzarnos por alcanzar la santidad con nuestras propias fuerzas desaparece. Y entonces nuestro servicio, nuestras ofrendas y nuestra adoración glorificarán al Padre celestial de verdad.